Je suis Charlie

A Frédérica, Natacha y Elsa
 
Por Francisco J. Carrillo, exembajador de la Unesco en Túnez y vicepresidente de la Academia Europea
 
Entonces vivía en París. Eran las 5 en punto de la tarde. Por las funciones que ejercía, tenía derecho a una línea especial de información que podía escuchar accionando una clavija del altavoz que estaba colocado sobre mi mesa de despacho. Solía concentrarme en mi trabajo y rara vez conectaba ese mágico aparato informativo. Sin embargo, aquel día sí que lo conecté. Una noticia escueta, aún incipiente, decía lo siguiente: “atentado terrorista en la tienda Tati”. Mi estado de ánimo se alteró considerablemente. Mi hija me había llamado durante la mañana de ese día para decirme que iba a comprar algo en Tati, que era un comercio de ropa a  muy bajo precio. Mi hijo me había informado que iba a practicar squash en un centro deportivo justamente frente a Tati, en la rue de Rennes. Ambos fueron a las 3 de la tarde y finalizaron sus respectivas tareas a las 4. Sobre las 5 y cuarto, recibí una llamada en mi línea directa en la que me decían los dos que estaban sanos y salvos. Naturalmente, abandoné mi oficina y fui a su encuentro. No corrió la misma suerte mi admirado Wolinski, padre de Frédérica, Natacha y Elsa, que estudiaron en el mismo colegio de mis hijos, ni sus colegas de Charlie-Hebdo y sus protectores de la seguridad del Estado asesinados en acto de servicio.
 
Años después me encontraba, a petición propia porque deseaba hacer menos trabajo de gestión y más de acción en el terreno, en un contexto cultural distinto: Túnez, con un radio de acción regional desde el Oriente Medio hasta Mauritania; toda la región de los Estados árabes, en terminología de la ONU. En Túnez hice inmersión en la cultura arabo-islámica. Y en Túnez, y desde Túnez, encontré una cálida amistad que se iba nutriendo desde Líbano, Jordania, Marruecos…hasta la misma Mauritania. Una amistad con personas concretas, en todos los niveles de la estratificación social que, más allá del “diálogo”, me hizo descubrir la posibilidad real de una “alianza de valores” compartidos. Esa gente, que sin la menor duda constituye la mayoría de los que comparten la historia y la cultura arabo-islámica, era y es partidaria de valores universales, y asumía plenamente –en medio de una o de unas dictaduras estrictas- los principios de los valores universales. Túnez evolucionó hacia un modelo democrático, refrendado por las urnas en el pasado diciembre. Hoy, tanto París como Túnez –compartiendo, en complicidad, análisis con mi ya viejo amigo y excelente arabista Jean-Pierre Filiu- están en el punto de mira del mismo terrorismo de corte islamista, que forma una minoría fanatizada que, manipulando el Corán, la marginalidad de algunos jóvenes y la pobreza, se ha fijado como objetivo atentar contra todos los que no piensen como ella, sean musulmanes o no.
 
¿Cómo comprender las causas de este terror sin fronteras? Cuando una religión se convierte en “razón de Estado” genera “subproductos” de extrema violencia. Cuando un Estado encuentra su “razón” de ser en la religión, la instrumentalización política de los textos de la creencia es un arma temible, máxime si esos Estados son ricos en hidrocarburos. La religión, y su particular interpretación, es el principal instrumento de gobierno y de utilización de los réditos de sus economías, el petróleo en particular. Esos Estados son los principales enemigos de los valores universales. Es imposible contar con ellos para ir trabajando en una “alianza de valores”. Solamente les interesa las alianzas económicas y, por razones de supervivencia, las alianzas militares. El poder de esos Estados se basa en la “ideología” que ellos han ido nutriendo a través de la manipulación y de una interpretación “fundamentalista” del Corán. Esos Estados crean voluntaria e inevitablemente unos “subproductos” cada vez más radicalizados y familiarizados con la violencia y con el terror, “subproductos” que terminan amenazándolos, como está aconteciendo en casi todas las monarquías-satrapías del Golfo arábigo. Ellos crearon y financiaron al “monstruo” que, ahora, se revuelve en su contra así como contra sus “aliados” económicos del llamado Occidente.
 
En las relaciones con esos Estados, y con otros menos ricos, el llamado Occidente “miró a otro lado” desde la época pre-colonial y, sobre todo, desde el fin del dominio colonial, para no perder “aliados-vasallos” económicos y supuestas piezas de una estrategia que sembró vientos y fue creando paulatinamente tempestades terroristas, en plena lucha por el “poder hegemónico” en la región, con otro “subproducto”: la lucha sin cuartel entre el autodenominado Califato-Estado Islámico de Iraq y Siria (Daech), y la tela de araña de Al Qaeda. Por ello, Al Qaeda tenía que demostrar a Daech que son más “operativos”, más eficaces en el terrorismo internacional, para arrebatar a Daech el “califato” y el poder del terror. Asumieron el reto y mataron a pacíficos periodistas, judíos y fuerzas de seguridad en París. Al Qaeda ha demostrado a Daech que están activos y no sólo durmientes. Este reto sigue en pie.
 
El telón de fondo es muy variado: La guerra que destruyó a Iraq, desmanteló sus infraestructuras, disolvió al ejército y abrió la caja de Pandora de enfrentamientos armados regionales con entretelones de petróleo. La guerra de Siria con un elemento desestabilizador que es la dinastía de Assad con un pueblo hostil, martirizado y, ahora, dividido. La ausencia de hoja de ruta tras la guerra de Libia, hoy convertida en un avispero terrorista, sin el menor orden y con dos parlamentos y dos gobiernos en lucha sin cuartel.
 
El llamado Occidente debe revisar el entramado de sus relaciones económicas con esta región. Debe intentar “colocarse” en lo que piensa la mayoría pacífica arabo-musulmana, que busca una democracia en paz. Y debe apoyar con firmeza a estas corrientes democráticas (Túnez es una referencia muy relevante) y “poner orden” en sus relaciones con las satrapías fundamentalistas, aún a costa de perder contratos por miles de millones de petrodólares. La lucha contra el terrorismo de una minoría muy activa tiene que enmarcarse en otro tipo de relaciones con los países árabes. Debe ser eminentemente “cultural” en torno a valores comunes. Ello no quiere decir que, tal como están las cosas, se cambien cañones por mantequilla y se rebajen los niveles de “inteligencia” entre las “dos orillas”. En el contexto actual, la cooperación internacional es una alta prioridad sin excusas. Pero todos han de aceptar las mismas reglas de juego y respetarlas, sin la mínima concesión a los que financian el radicalismo que termina convertido en fuente de inspiración del terror.

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