Quiénes somos

La Tertulia del Congreso de Málaga vio la luz el 10 de junio de 1991 en El Árbol de Reding por iniciativa de quien esto escribe, quien convocó a algunos amigos para hablar de asuntos de actualidad y de fondo que despiertan la curiosidad intelectual: política, economía y cultura, principalmente, pero pronto también medicina, medios de comunicación…

Los primeros invitados a participar fueron: Antonio Suárez –economista, artista plástico-, Pilar de Gregorio –economista-, Antonio Hidalgo -profesor, concejal del PP-, José Miguel Fernández Peregrina –senador del PP-, Francisco Rubio –general del Ejército-, Eloy Entrambasaguas –óptico-, Ricardo Hernández Diosdado –economista, después candidato del CDS a la Alcaldía de Málaga- y Ana Guirado –secretaria general de Hostelería de UGT y senadora del PSOE-. Semana tras semana fueron incorporándose nuevos tertulianos, entre ellos Francisco de la Torre Prados, hoy Alcalde de Málaga, o Manuel Ruiz y Antonio Romero, de IU; Hortensia Gutiérrez del Álamo, parlamentaria andaluza del PSOE; Antonio Herrera, hoy secretario provincial de CCOO; José Gordo, concejal del PP; el abogado Héctor González; José García Pérez, ex diputado constituyente, y tantos otros. Desde aquellos primeros tiempos hasta hoy más de 1.400 personas se han sentado cada lunes, a partir de las 21 horas, en la mesa de la Tertulia del Congreso de Málaga.
Tras El Árbol de Reding, la Tertulia viajó por El Gallo de Indias, Antonio Martín, El Chinitas y el Hotel Larios, que actualmente nos acoge. Francisco Jurado –que fue secretario de Acción Sindical de UGT y después presidente de la Asociación de Artistas Plásticos de Málaga (APLAMA)- fue quien hizo el dibujo que llegó a ser el emblema de la Tertulia. Javier González de Lara, Santiago Iborra (Zalabardo), Antonio Suárez y José Manuel Cabra de Luna fueron quienes cada cuatro años recibieron el encargo de elaborar una ilustración alusiva a la Tertulia que figuraría en una lámina con los nombres de los tertulianos que hasta ese momento habían pasado por el encuentro semanal y que se repartiría entre los más asiduos.

Al principio, los lunes por la mañana llamaba por teléfono –no había móviles, sólo podía hacerlo a fijos con la incertidumbre de encontrar interlocutor- a aquellos que más se relacionaban con las materias que esa noche abordaríamos en nuestra reunión, o que tenían más disponibilidad, porque no todos podían contar con la noche de los lunes, principalmente por razones familiares. Estas llamadas matutinas me ocupaban mucho tiempo, pero lo que me preocupaba de veras es que llegada la noche no hubiera suficientes personas, a mi entender, para lanzarnos al ruedo del debate. Una noche llegamos a estar cuatro, en otra más de cincuenta, pero a partir del cuarto año podíamos contar con unos veinte, “diputado” arriba o “diputado” abajo, y podía elegir entre muchos.

Cuando el móvil fue ya una parte inseparable de nuestras vidas, todo resultó más fácil y escribía un sms de invitación dirigido a x+n invitados, siendo x el número final de los asistentes y n un número añadido que suplía a los de x que faltaban sin avisar, pese a que rogaba que aquellos que no pudieran o quisieran asistir dieran señales en ese sentido, también vía sms, con antelación suficiente para así convocar a otros. Asuntos de Recursos Humanos.

Cada cuatro años celebramos un almuerzo o cena de conmemoración, acompañados de pareja, en los que entregábamos las mencionadas láminas y hacíamos público reconocimiento de las virtudes de algunos ciudadanos, rehuyendo los empalagosos homenajes a los mismos de siempre; aunque como cuatro años son muchos, también solíamos reunirnos cada aniversario un número menor de tertulianos, y así fuimos recorriendo en peregrinaje desde el Parador de Gribralfaro, el primer año, hasta Strachan cuando apagamos diecinueve velitas de cumpleaños.

En estas dos décadas –mi hija no había nacido cuando la Tertulia dio sus primeros pasos y mi hijo sólo gateaba-  se fueron entrelazando muchas amistades que quizá perduren hasta el final de los días de sus protagonistas. Muchos que no se conocían hoy no dejan pasar un día sin hablar con este o aquel, y determinados personajes públicos -y menos públicos pero importantes por alguna razón que pronto descubrimos- de los que sólo se sabía por los medios de comunicación se acercaron a cada uno de nosotros.

Como no podía ser de otra forma, algunos cayeron en el camino y se fueron para siempre dejándonos un poquito más solos: Mamerto López-Tapia, Francisco Peñalosa, Eduardo Area, Francisco Villodres, Francisco López, Ignacio Lanzas… Otros, en el ejercicio de su libertad, no coincidieron con el espíritu que siempre procuré que animara la Tertulia, y tampoco volvieron, son los casos de quienes sólo vieron oportunidades de negocio y se afanaron en un improvisado mercado persa, algunos de un ego patológico que no cabía en la estancia, otros que consideraron que era inadmisible que se criticara tal conducta política, los de más allá que intentaron manipular a favor de tal o cual partido… A otros, muchos más, no les interesaron las tertulias y nada más se supo de ellos. A éstos, gracias. Tantos años, tantas psicologías tan distintas, tanta pasión en el verbo… De lo que estoy convencido es de que fue un acierto seguir el sistema de invitar a los tertulianos, no de que éstos se presentaran si les placía. Si la puerta hubiera estado abierta, hoy no habría nadie tras ella.

Como en España las elecciones siempre se celebran en domingo, el lunes siguiente resultaba más animado que de costumbre, incluso seguimos algún debate de campaña mediante una televisión alquilada.

Quizá una de las tertulias que resultó más exasperada fue la siguiente al 11-S de 2001 cuando los yihadistas volaron las Torres Gemelas de Nueva York: me costaba creer que hubiera quien justificara esa matanza, esa noche comprendí que los amigos de los terroristas son algunos más de los que se piensa y que el odio que algunos profesan a los norteamericanos es muy superior a cualquier posible raciocinio por su parte.

Por lo que se refiere a las profesiones, oficios o dedicaciones de cualquier clase de los tertulianos, los ha habido desde poetas a agentes secretos, empresarios y políticos mil, médicos, alcaldes, marinos, testigos protegidos, escritores de éxito, pintores, militares…

Durante años, al finalizar la sesión, un grupo muy reducido nos dirigimos a la cercana Puerta Oscura para en otro ambiente, distendido de otra forma, seguir hablando de las mismas o de otras cosas, como siempre ha sido en todas las tertulias de las que se tiene memoria.

Como reza una de las obras gráficas conmemorativas de la Tertulia, la del decimosexto aniversario: “La pluralidad profesional y de pensamiento de los que han tomado la palabra es reflejo del mundo que vivimos, y la independencia de la Tertulia como tal sólo se explica por la voluntad personal de cada uno y la autofinanciación de nuestra cita semanal de los lunes. Esta independencia y la libertad de expresión son las que garantizan una larga vida de la Tertulia. Que siempre podamos decir esto y defender nuestras ideas sin asomo de temor alguno. Así sea”. En la ilustración de cuatro años antes se había escrito: “La palabra, unas veces meditada y otras volcánica, rezumó pasión pero no podía, no puede ser de otro modo tratándose de hombres y mujeres que vivimos la actualidad y nos preocupan los asuntos que siempre han ocupado al género humano”. En el VIII aniversario se escribió: “Los ciudadanos necesitamos vernos, reunirnos y hablar, y construir la sociedad que vivimos y la del futuro, no debemos dejar su diseño exclusivamente en manos de los profesionales de la cosa pública. Se precisan menos lamentos y más participación”. Al final de la primera “legislatura”, “hacemos votos por seguir animando de razón la palabra en busca de una mejor inteligencia de nuestro tiempo”.

Creo que nos podemos sentir orgullosos. Decimos lo que queremos, lo que no es poco si tenemos en cuenta que muchos no pueden hacerlo y otros no quieren. La libertad de palabra sólo encuentra una limitación, la de dejar que el otro también la tenga.

Sólo Dios sabe cuál es el futuro que nos espera, pero algunas conclusiones cabe extraer de esta pequeña historia: la búsqueda de la verdad es la única aventura que merece la pena seguir, aunque no sepamos qué vamos a encontrarnos.

Vicente Almenara Martínez

Origen de la Tertulia

La Tertulia del Congreso de Málaga vio la luz el 10 de junio de 1991 en El Árbol de Reding por iniciativa de quien esto escribe, quien convocó a algunos amigos para hablar de asuntos de actualidad y de fondo que despiertan la curiosidad intelectual...

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